El Dios de la guerra era temido por todos; tenía una apariencia
fuerte e incluso cruel, mas su única debilidad era su amante.
El único semidiós que vivía junto a los Dioses era uno que estaba cerca de ser convertido en Dios. Por esa
razón el joven semidiós representante del amor y la belleza estaba allí. Cada Dios
deseaba tenerlo entre sus brazos pero no podía, ya que él era el amante del
Dios de la guerra.
Los demás Dioses lograban sorprenderse al ver el cambio
radical que tenia el Dios de la guerra con su amante.
El joven amante solía ser un poco caprichoso y mimado, pero
eso no era problema para el Dios; el cumplía con todo lo que pedía.
Al ser hijo de un Dios y de una mortal bajaba con frecuencia
al mundo humano a ver a su madre.
En el poblado de sakura su belleza era envidiada por las
mujeres y admirada por los hombres.
Sus visitas solían ser un acontecimiento y grandes
personalidades visitaban la casa de la mujer para ver al semidiós.
Los políticos ofrecían riqueza a cambio de tomar su mano en
matrimonio; los campesinos ofrecían tierras; los joyeros ofrecían las más finas
y caras joyas. Pero todos eran rechazados, ya que el verdadero amor del
semidiós era el Dios de la guerra.
Lo que no sabían es que el herrero del pueblo estaba
locamente enamorado del semidiós. El mortal se juro hacer hasta lo imposible
para tener al semidiós entre sus brazos.
El día llegaba a su fin y volvía a las alturas junto a los
dioses. En el reino de los dioses era recibido con los brazos abiertos por el
ya conocido Dios.
La tranquilidad entre ambos mundos era palpable. Los mortales
respetaban a los dioses y ellos les cuidaban y protegían.
Con su amante durmiendo plácidamente entre sus brazos, el
Dios no podía hacer más que recordar el momento en que conoció a su bello chico.
Por azares del destino ambos se encontraron en los jardines sagrados
de Dubisa.
Cuando lo vio pensó horrorizado que un mortal había logrado
entrar a la morada de los dioses.
Desenvaino su espada listo para atacar. Pero justo en ese
momento llegaba el Dios de la pureza.
-
No lo ataques, es mi hijo – dijo el Dios –
-
¿su hijo?
-
Si, es el hijo que tuve con una mortal.
-
¿un semidiós en Dubisa?
-
Será convertido en Dios. El Dios de la belleza y
el amor.
En ese momento no pudo más que pensar que nunca había estado
tan de acuerdo en convertir semidioses en dioses. Ese chico lo había cautivado
y enamorado con su belleza.
Beso la pálida piel de la frente de su amante y sonrió. La piel
blanca como la leche y tersa como la seda del semidiós hacia un contraste con
la del Dios de la guerra, que era morena y algo áspera al tacto pero no por eso
desagradable.
Mientras tanto en la tierra de los mortales; el herrero tenía
su propio altar a joven semidiós. Mas que una admiración era obsesión por el. Le
amaba con locura y no descasaría hasta lograr tener al joven e inocente
muchacho.
Su plan era desconocido por todos e incluso desconocidos
para los dioses que todo lo saben.
Al amanecer el Dios de la guerra alimentaba a su bello chico
y cumplía sus caprichos matutinos.
Estaba seguro que nadie podía amarlo más que él. Nadie podía
separarlo de su lado y él lo protegería a cualquier costo.
Se volvería mortal y moriría bajo el filo de su propia
espada antes de dejar que fuera lastimado.
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