sábado, 18 de agosto de 2012

Los Dioses pelean por el amor - Prólogo


El Dios de la guerra era temido por todos; tenía una apariencia fuerte e incluso cruel, mas su única debilidad era su amante.
El único semidiós que vivía junto a los Dioses era uno que  estaba cerca de ser convertido en Dios. Por esa razón el joven semidiós representante del amor y la belleza estaba allí. Cada Dios deseaba tenerlo entre sus brazos pero no podía, ya que él era el amante del Dios de la guerra.
Los demás Dioses lograban sorprenderse al ver el cambio radical que tenia el Dios de la guerra con su amante.
El joven amante solía ser un poco caprichoso y mimado, pero eso no era problema para el Dios; el cumplía con todo lo que pedía.
Al ser hijo de un Dios y de una mortal bajaba con frecuencia al mundo humano a ver a su madre.
En el poblado de sakura su belleza era envidiada por las mujeres y admirada por los hombres.
Sus visitas solían ser un acontecimiento y grandes personalidades visitaban la casa de la mujer para ver al semidiós.
Los políticos ofrecían riqueza a cambio de tomar su mano en matrimonio; los campesinos ofrecían tierras; los joyeros ofrecían las más finas y caras joyas. Pero todos eran rechazados, ya que el verdadero amor del semidiós era el Dios de la guerra.
Lo que no sabían es que el herrero del pueblo estaba locamente enamorado del semidiós. El mortal se juro hacer hasta lo imposible para tener al semidiós entre sus brazos.
El día llegaba a su fin y volvía a las alturas junto a los dioses. En el reino de los dioses era recibido con los brazos abiertos por el ya conocido Dios.
La tranquilidad entre ambos mundos era palpable. Los mortales respetaban a los dioses y ellos les cuidaban y protegían.
Con su amante durmiendo plácidamente entre sus brazos, el Dios no podía hacer más que recordar el momento en que conoció a su bello chico.
Por azares del destino ambos se encontraron en los jardines sagrados de Dubisa.
Cuando lo vio pensó horrorizado que un mortal había logrado entrar a la morada de los dioses.
Desenvaino su espada listo para atacar. Pero justo en ese momento llegaba el Dios de la pureza.
-          No lo ataques, es mi hijo – dijo el Dios –
-          ¿su hijo?
-          Si, es el hijo que tuve con una mortal.
-          ¿un semidiós en Dubisa?
-          Será convertido en Dios. El Dios de la belleza y el amor.
En ese momento no pudo más que pensar que nunca había estado tan de acuerdo en convertir semidioses en dioses. Ese chico lo había cautivado y enamorado con su belleza.
Beso la pálida piel de la frente de su amante y sonrió. La piel blanca como la leche y tersa como la seda del semidiós hacia un contraste con la del Dios de la guerra, que era morena y algo áspera al tacto pero no por eso desagradable.
Mientras tanto en la tierra de los mortales; el herrero tenía su propio altar a joven semidiós. Mas que una admiración era obsesión por el. Le amaba con locura y no descasaría hasta lograr tener al joven e inocente muchacho.
Su plan era desconocido por todos e incluso desconocidos para los dioses que todo lo saben.
Al amanecer el Dios de la guerra alimentaba a su bello chico y cumplía sus caprichos matutinos.
Estaba seguro que nadie podía amarlo más que él. Nadie podía separarlo de su lado y él lo protegería a cualquier costo.
Se volvería mortal y moriría bajo el filo de su propia espada antes de dejar que fuera lastimado.

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